De lo que me ilusiono me alimento,
así dicen.
A bocanadas,
como quien no ha comido en mas o menos cuatro años.
Y me siento hundida,
como a quien le cae mal la realidad,
la vomitiva desilusión,
el asco de todos los platos llenos de mierda.
Hay una gata negra a los pies de mi cama,
y un par de auriculares escupiendo música indie pop
sobre el maldito ruidoso rap y hip-hop.
De lo que pienso me tropiezo,
así se ve.
Desesperadamente,
como quien corre a una única luz lejana que se va achicando,
donde sabes que no pasas si tardás un día mas,
un centímetro más.
Y me creo perdida,
como las mariposas atrapadas en un frasco de, demasiado dulce, mermelada,
la pasarela de la plenitud,
las bambalinas de la inseguridad tras las tablas llenas de falsa firmeza.
Hay un perro grande que me lame las lágrimas,
y un montón de libros gritandome que los alcance
para perderme, para salvarme.
De lo que escribo me voy conociendo,
así se entiende.
Llena, tan llena que no me lo puedo guardar,
y me deshago de lo pesado,
como necesito deshacerme de lo que me pesa,
como el omeprazol para una resaca,
como sal y azucar para la presión,
como el humo para respirar,
como la piel rasgada para los nervios,
como el ayuno para un reflejo.
Hay un pajarito que me canta al oido,
una libertad que me eleva
y una soledad para soltarme,
y con asco destrozarme.